A menudo, la capacidad que tiene una canción de identificarse con nosotros mismos ya sea a través de sus letras, sus melodías, o el mensaje que nos quiere transmitir es lo que verdaderamente nos conmueve. Somos nosotros quienes controlamos “a la carta” la música que queremos escuchar pudiendo decidir así sumergirnos en una experiencia personal única pasada, en el estado de ánimo que necesitas en este mismo instante o en un futuro sueño inalcanzable que empatiza directamente con nuestro corazón y que por minutos se vuelve real.
Sin embargo, cada vez más nos estamos acostumbrando a no poder elegir con criterio el tipo de música que queremos escuchar. La música viene a nosotros de una manera abusiva sin capacidad alguna de reacción. No podemos elegir pausar ese tema que escuchas en vivo en tu bar de confianza, mientras haces una larga fila en Walmart, o en los intermedios publicitarios de tus series y películas preferidas. Nuestro día a día se llena inconscientemente de modernos temas y melodías pobres, repetitivas e insulsas con ritmo “reguetoneano” que tienen como esperanza, poder disfrutar de una primera cita en tu casa por pesadas y cansinas. La mayoría de estos “hits” van además acompañados de videoclips filmados en países subdesarrollados en donde son muy comunes apariciones del cantante machista en coches ostentosos (incluyendo taxis) y yates de lujo rodeados de personas de pocos recursos que se mueven al son de la canción. Dicho esto, casualidades de la vida, algunas nos acaban gustando. Aun así, ¿no les ha pasado alguna vez, que cada cierto tiempo le suenan todos los temas iguales?
La música está basada en siete notas, que se agrupan siguiendo un sistema denominado tonalidad. Entendemos por tonalidad a la organización de esos siete sonidos agrupados por tonos y semitonos en los que una composición musical está basada. En otras palabras, una tonalidad es el alma de una pieza. En modo mayor las melodías más joviales, heroicas y alegres. En modo menor las más tristes y desgarradoras. Esto explica que haya veces que nos encontramos con canciones vivaces que siguen siendo melancólicas, o moderadas pero llenas de positivismo y esperanza. La fuerza y capacidad que tiene una canción para conmovernos depende en gran parte de la tonalidad de dicha canción.
Bien, pues desgraciadamente, la tonalidad y las escalas que se utilizan en la mayoría de las canciones del momento son las mismas. Va por rachas, por trimestres o épocas del año. Y como siempre, la mayoría nos tocan el corazón de la misma manera hasta que se vuelve insoportable. Conspiradores y bloggeros podrían pensar que somos todos como un rebaño de ovejas ciegas maleables dirigidas por pastores dueños de discográficas y marcas comerciales que deciden el momento en el que debemos cruzar el río o comer una hierba cada vez más seca.
Y entonces, cuando por aburrimiento y hartazgo decides volver a los clásicos, dejarte unas patillas tan largas como Elvis Presley, bailar Thriller de Michael Jackson en la ducha o gritar con lágrimas en un karaoke a las dos de la madrugada el “Will always love you” de Whitney Huston, ocurre algo inesperado.
Un artista llamado Ed Sheeran vuelve a reinventarse con su nuevo disco “divide” y a crear tendencia con una innovadora forma de composición de canciones diferentes entre sí, mezclando estilos, llenando de aire fresco cada rincón de nuestras ciudades y penetrando con su voz y guitarra dentro de nuestro cuerpo. Juega con las tonalidades, mezcla melodías originales irlandesas y británicas, revitaliza el amor y la manera de amar en cada uno de nosotros. Las letras, sinceras y humildes de sus composiciones nos proponen un mensaje diferente y de renovado optimismo.
Este inigualable genio británico, guitarrista, cantante y compositor de tan solo 26 años, ha conquistado los corazones de más de medio planeta. Su tercer disco en los primeros 7 días a la venta ha vendido 672.000 copias y nueve de sus canciones se encuentran en el “top 10” de los prestigiosos éxitos británicos BBC del momento. Los datos hablan por sí solos y la gente lo tiene claro: no hace falta saber inglés, ni tener oído absoluto, sensibilidad especial o ser un profesional de la música para saber valorar a un músico y sus canciones. Solo el talento que alguien así derrocha en la sociedad, nos transforma en mejores seres humanos y hace que la música como lenguaje universal, sea para todos.
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