Auvaldo López Reyes, "el Chavo", es toda una institución para cientos de carretilleros de la Central de Abasto de Ciudad de México, el centro mayorista más grande del mundo, que a menudo llegan de otros estados huyendo de la pobreza para asumir un trabajo hercúleo.
"Comencé a trabajar la tierra a los cuatro años en un pueblo (del estado) de Hidalgo. Ahí araba, sembraba, pastoreaba borregos y caballos", dijo para Baja Press López Reyes, a quien llaman el Chavo, el jovencito, precisamente por eso, por la tierna edad en la que empezó a trabajar.
En uno de los centenares de pasillos que recorren la Central de Abastos, de 327 hectáreas, Auvaldo tiene su taller y almacén, del que hoy salen y entran algunos jóvenes "diableros" (carretilleros).
Fue de los primeros en instalarse en la Central de Abasto, inaugurada en noviembre del 1982, y hoy tiene unas 400 carretillas que alquila a hombres de todas las edades, a unos 20 pesos (1,11 dólares) por día.
"Las rento para que ellos puedan llevar comida a la familia, pues cada familia depende de un carretillero. Y el carretillero viene, echa su carguita y la lleva donde se la pidan", cuenta este hombre, de 62 años, de ojos azules empequeñecidos por la edad.
Explica que muchos de los diableros -en la central se calcula que hay 13.800- llegan de distintos estados del país, a menudo con muy poco, o nada, en los bolsillos.
"El carretillero es normalmente pobre; aquí no llega con situación económica avanzada. Son los más amolados (desgraciados), los que sí quieren avanzar", apuntó.
Una vez, recuerda, incluso le llegó un muchacho de Oaxaca, un estado del sur del país de los más pobres, descalzo y "muerto de hambre". Tenía 17 años.
Antes, relató Auvaldo, sí se prestaban los diablos (carretillas, llamadas así por las manijas que asemejan cuernos) a niños y jóvenes, previo permiso familiar, pero ahora el control es mayor y, además, él mismo les empuja a estudiar.
Porque de raíces bajas y emprendedor desde siempre, el Chavo considera a los jóvenes casi como unos hijos.
En su almacén, contiguo a otros de carretillas, se respira el buen humor, mezclado con el olor a tabaco y a comida. Y eso que apenas le da la luz del sol. "Si hago un taco, primero le brindo a mis trabajadores", asegura.
Saúl y César, de 23 y 34 años, corroboran esta fraternidad, y le agradecen a Auvaldo que, por ejemplo, les haya enseñado a soldar en el taller.
Pese a que la jubilación debería estar cerca, Auvaldo, un icono en este gran espacio, no piensa en retirarse. "Yo no puedo dejar a mi gente; si llega otra persona no los va a tratar igual. Muchos se agarran y se ven prepotentes cuando ven que tienen algo", explica.
Enviudó a los 42 años, y se congratula que a sus hijos les pudo dar carrera. Tiene tres, una abogada, una doctora y un psicólogo.
Aunque ama su oficio, y el acto de bondad que para él supone, el trabajo es duro y la recompensa, a menudo, menor.
Un carretillero, según relatan varios jóvenes en su almacén, gana en promedio unos 250 pesos (unos 11 dólares) al día, a cambio de mover kilos y kilos entre los pasillos de la central, esquivando miles de compradores y subiendo y bajando puentes.
En plena campaña electoral rumbo a los comicios del 1 de julio, es obligatoria la pregunta sobre por cuál candidato presidencial va a votar. Pero Auvaldo no se anda con rodeos; él no vota.
"Yo voto por mis trabajadores, no por el gobierno. Para que haya trabajo, para que mi gente tenga trabajo", concluye.
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