El Hospital Infantil Universitario Niño Jesús de Madrid lleva un año poniendo en marcha esta técnica con robot en sus quirófanos, de hecho, es el primer centro español en hacerlo y tras él han comenzado otros, explica a Efe uno de sus neurocirujanos Marcelo Budke antes de comenzar la operación a un adolescente de 17 años.
Son las diez y media de la mañana y el cirujano está a punto de entrar en el quirófano. Va a implantar, a través de un robot de medio kilo, electrodos a este joven que sufre ataques de epilepsia desde los nueve años y al que los medicamentos para la enfermedad no le impiden tener crisis.
El joven tiene aproximadamente cinco o seis crisis al día, muchas veces se cae al suelo, y todo ello tiene un impacto negativo en la su calidad de vida, señala el neurocirujano.
Hay pacientes con epilepsia que han probado ya dos fármacos pero siguen teniendo crisis, algunos de los cuales incluso pueden llegar a tener cien al día, con lo que sufren un deterioro del desarrollo cognitivo y psicomotor, a los que se suma ni poder ir al colegio ni dormir adecuadamente, en el caso de niños y jóvenes.
A quienes los fármacos no les funcionan son candidatos a esta cirugía, señala el experto, quien aclara que no se interviene solo a los niños, también a adultos.
Los electrodos no miden más de un milímetro, son como “pelos de fibra óptica”, y una vez implantados en el cerebro ofrecen información exacta a los médicos de dónde se localizan las crisis epilépticas para, posteriormente, y, de nuevo con cirugía, resecar la zona de forma que el paciente no vuelva a tener estos ataques.
Lo que aporta la técnica con el robot es “precisión”, subraya el neurocirujano: “Dibujamos una trayectoria donde queremos que vaya el electrodo, evitando las venas, arterias y nos aporta precisión para ponerlo en el sitio exacto que queremos”.
Además, continúa, con esta técnica se “acorta el tiempo quirúrgico”, hay menos horas de anestesia y, al evitar los vasos, disminuye el riesgo de complicaciones como hemorragias.
La doctora María Ángeles Pérez es neurofisióloga del Niño Jesús y hace los estudios con los electrodos intracraneales.
Detalla que esta exploración se hace cuando no hay suficientes datos pero sí sospechas de dónde pueden venir las crisis epilépticas.
“Sobre esa hipótesis, neurocirujano y neuropsicólogo diseñan dónde colocar los electrodos en diferentes estructuras de la corteza cerebral y después, sobre eso, se hace la implantación”, concreta la experta.
Una vez colocados, se localizan en una resonancia magnética que se realiza al paciente y se hace la interpretación de la actividad eléctrica cerebral de cada punto que se está explorando, “con lo cual se logra con muchísima precisión” localizar dónde se originan las crisis.
Como se hace un agujero de dos milímetros en el cráneo, no hay que abrir y para el paciente es como “si no hubiera pasado absolutamente nada”.
Tras la operación, mantiene los electrodos durante una semana en la que se le monitoriza para ver la actividad epileptógena, abunda Budke.
Pasado ese tiempo, se retiran y operan la zona.
Alrededor del 70 % de los pacientes queda libre de crisis y el resto mejora respecto a las que tenían antes, pero no suele sufrir más de una al mes y mucho más leves que antes de la cirugía.
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