Estados Unidos, China y Europa libran sus respectivas batallas domésticas contra el coronavirus y, a su vez, se enfrentan en una gran guerra por controlar uno de los bienes más valiosos de la escena global: el relato de la crisis.
China parece llevar ventaja al haber superado aparentemente la enfermedad. Estados Unidos, centrado en ganar su propio pulso contra el virus, ha renunciado a su papel tradicional de líder mundial, mientras que la Unión Europea UE se mantiene entre dos aguas, concentrada en su propia supervivencia como institución. Las grandes potencias han sido incapaces de afrontar conjuntamente un desafío que afecta a todas las latitudes.
A falta de una estrategia global, los relatos individuales que difunden Washington, Pekín y Bruselas son cruciales para comprender cómo intenta situarse cada bloque en el rompecabezas geopolítico poscoronavirus.
¿QUÉ ESTÁ PASANDO?
"El orden mundial liderado por Estados Unidos ya no estaba funcionando, en realidad. Ahora estamos en la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial, y Estados Unidos no está en ninguna parte, en términos de liderazgo global", resume el presidente de la consultora sobre riesgos geopolíticos Eurasia Group, Ian Bremmer.
Hace más de tres años que el aislacionismo de Donald Trump comenzó a alejar a Estados Unidos de sus aliados tradicionales en Europa, mientras Washington y Pekín libraban una guerra fría en el plano comercial y tecnológico, con la pugna por controlar las redes de quinta generación (5G) como último escenario. La UE, ajena a esa lucha de poder, aspiraba antes de la crisis a tener un mayor peso en la política global. Ese era uno de los grandes objetivos de la nueva presidenta de la Comisión Europea (CE), la alemana Ursula von der Leyen. Pero apareció el SARS-CoV-2 y todo saltó por los aires.
La CE comenzó a preocuparse por la propagación del virus a finales de enero. Y a mediados de febrero, Bruselas se dio cuenta de que la UE no dispondría del material médico necesario para hacerle frente, como respiradores, mascarillas o incluso guantes. "¿Cómo lo supimos? Porque Italia pidió este tipo de material a otros Estados miembros (...) y nadie respondió", explica el comisario europeo de Gestión de Crisis, Janez Lenarcic. La improvisación en el decreto de medidas de emergencia fue la norma mientras crecía el confinamiento y se expandía la pandemia. Así, Europa se convirtió a mediados de marzo en el epicentro mundial de la COVID-19.
Mientras, el coronavirus abría un nuevo frente de batalla entre Estados Unidos y China, que subestimaron la amenaza, reaccionaron con una lentitud parecida y ahora se culpan mutuamente por los estragos de la pandemia. "Es la amarga lección de esta crisis. Las grandes potencias fallaron en cooperar en un asunto tan importante y ofrecen muy mal ejemplo para el futuro", opina Cheng Xiaohe, vicedirector del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales de China de la Universidad Renmin de Pekín. A su juicio, China, Estados Unidos, la Unión Europea, India, Japón, Brasil o incluso Corea del Sur, no estuvieron a la altura.
"Tenían que haber establecido inmediatamente equipos conjuntos de trabajo para coordinar las políticas y los suministros de material médico. Pero cada país cerró sus fronteras y todo el mundo estuvo pendiente solo de sí mismo", afirma. Incluso la reunión del G-20 sobre la crisis se celebró casi dos meses después de que el coronavirus emergiera en China y no produjo ningún resultado sustancial.
¿QUÉ NOS ESTÁN CONTANDO?
China trató de ocultar la epidemia al principio y luego la afrontó con medidas drásticas, como el inédito cierre de una ciudad de once millones de habitantes que, junto a la disciplina confuciana de sus habitantes, le han permitido superarla y convertirse en un ejemplo para muchos países del mundo. "Los regímenes autoritarios pueden ser más efectivos al enfrentarse a una epidemia como ésta: si no tienes que respetar a la opinión pública puedes imponer medidas duras de forma más rápida y eficaz, aunque no todos tienen por qué serlo", apunta Joseph Cheng, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Hong Kong.
En Estados Unidos, todavía era enero cuando las agencias de inteligencia alertaron a la Casa Blanca de que el brote de coronavirus en China podría transformarse en una pandemia global. Durante casi dos meses, sin embargo, Trump minimizó el problema. Y cuando el número de contagios comenzó a dispararse en su país y se vio obligado a tomar medidas, empezó a señalar a otros -China, la Organización Mundial de la Salud (OMS) o los gobernadores de estados demócratas- para eludir la responsabilidad por su propia lentitud en responder.
A mediados de marzo, Trump comenzó a hablar del "virus chino" en cada una de sus comparecencias, una expresión con la que trataba de castigar a Pekín por haber acusado sin pruebas al Ejército estadounidense de introducir el coronavirus en China. El presidente norteamericano dejó de usar ese término tras una llamada con Xi Jinping a finales de marzo, pero la Casa Blanca mantuvo su argumento de que si China no hubiera ocultado al país y al mundo la gravedad de la crisis, Estados Unidos habría respondido antes y mejor.
"Sin duda, parte del Gobierno de Trump está intentando usar a China como chivo expiatorio por sus propios errores a la hora de responder a la crisis", subraya Nina Jankowicz, experta en desinformación y propaganda en el centro de estudios estadounidense Wilson Center. Hacia mediados de abril, Trump dio alas a otra teoría que circulaba desde enero en foros de derechas en su país: el coronavirus pudo haberse organizado en un laboratorio de Wuhan.
En una de sus ruedas de prensa diarias, convertidas en mítines en los que exaltaba la labor de su Gobierno sin reconocer ningún error, Trump dijo que esa teoría -sobre la que no hay pruebas- tenía "sentido" y que Washington estaba investigando el asunto. Pekín, por su parte, se dedicó después a destacar los fallos de Occidente en la prevención y contención de la pandemia, al tiempo que acusaba a Estados Unidos de ignorarla y de mantener actitudes racistas contra los chinos. Ahora prefiere no atacar a Washington y centrarse en destacar la superioridad del "comunismo con características chinas" para superar la crisis, reforzando así un papel de líder global que ha enviado ayuda a más de 120 países en Europa, Asia, África y Latinoamérica.
"Es un hecho que China ha salido mucho más poderosa de la crisis que cuatro o cinco meses atrás. Pero no debe aprovecharse de esto. La propaganda es contraproducente, no une a la gente, sino que crea una profunda desconfianza entre ella. Nadie puede emerger como ganador. Además, China puede ser atacada por una segunda oleada del virus. La guerra no ha terminado", advierte Cheng Xiaohe. Xi, a diferencia de Trump, no se prodiga en sus apariciones públicas -solo se ha mostrado tres veces durante la crisis en China- y cuando lo hizo fue para intentar hacer ver que la situación estaba controlada o para apuntarse el tanto cuando la batalla ya estaba prácticamente ganada.
En el caso de China parece que hay una intencionalidad clara de construir un relato que apuntale sus ambiciones geopolíticas. En Estados Unidos, sin embargo, la narrativa parece más destinada a escudar a Trump y proteger sus opciones de reelección en los comicios de noviembre. El presidente de la consultora Eurasia Group cree que hay una “abdicación de liderazgo”. En Europa, con un escenario muy grave en Italia, España y Francia, la narrativa de las instituciones de la UE se ha centrado inicialmente en apuntalar su propia imagen mientras recibía material chino para combatir el virus.
"Parte del mensaje chino es mostrar que están haciendo más por los países europeos que la propia Unión Europea. Y ha sido bastante exitoso en Italia (...). El mensaje europeo, sin embargo, ha sido más bien confuso", comenta el analista del Centro de Política Europea, Paul Butcher. Bruselas, que sí ha acusado a Rusia de emponzoñar la situación de emergencia vertiendo en Europa noticias falsas sobre el coronavirus, ha evitado señalar públicamente a China en esta crisis, incluso en lo relativo a la presunta campaña de desinformación orquestada por Pekín.
El mensaje generalizado en las instituciones europeas ha sido que Europa ayudó a China al inicio del brote al igual que China ha ayudado a Europa al propagarse fuera. Sólo Francia ha tenido en las últimas fechas roces con Pekín, desmitificando su eficiente gestión y poniendo en duda las informaciones que comparte China. "No seamos tan ingenuos como para decir que China ha manejado esto mucho mejor. No lo sabemos.
Claramente hay cosas que han pasado sobre las que no sabemos", señaló a inicios de abril el presidente Emmanuel Macron. Alemania, más tarde y con menor ímpetu, se ha limitado a pedir más transparencia. Un mes después del comienzo de la crisis, la Comisión Europea ha intentado retomar el control de la comunicación, al menos en clave interna. Von der Leyen ha ofrecido una "sentida disculpa" en nombre de la UE por la falta de solidaridad con Italia y Bruselas ha reivindicado con más nervio sus aportaciones a la gestión de la crisis. Pero China sí que ha desplegado desde el inicio y sin complejos su maquinaria de propaganda a través de una narración "construida en relación con EE.UU. pero que ofrece a China los medios para posicionarse con la UE y aplicar una política de divide y vencerás", comenta el profesor de política de la Universidad Libre de Bruselas y especialista en China Thierry Kellner.
"China tiene muchos instrumentos que puede utilizar en Europa. Las debilidades se vuelven en contra de los propios europeos: el descontento, la falta de solidaridad, la falta de comunicación. Y en el momento que haya división en Europa, China es la ganadora", agrega el profesor, quien avisa de que Pekín aún cuenta con la baza de la movilización de la diáspora china en Europa.
¿QUÉ VA A PASAR?
Los analistas consultados por Efe tienen claro que la crisis acelerará la pérdida de reputación de Estados Unidos como país competente y eficaz -un pilar fundamental para su liderazgo global-, que Pekín llenará parte del vacío dejado por Washington y que el futuro del proyecto común europeo pasa por la respuesta de la UE a la crisis económica que se avecina. También coinciden en que la pandemia provocará una ralentización del proceso de globalización y un auge del populismo y el nacionalismo en todo el mundo.
"Los líderes que están bajo presión política se vuelven más agresivos al atacar a otros, esto pasa con Trump, por las elecciones cercanas, y con Xi, bajo mucha presión económica, comercial, doméstica e internacional", justifica Cheng. Pero no hay garantías de que China vaya a "salir de esto con un estatus reluciente de líder global", según Rui Zhong, experta en el gigante asiático del Wilson Center.
"El resto de países no están en las nubes y son conscientes de que China ejerce su poder de formas que quizá no son tan amistosas", como "su conducta en el mar de la China Meridional", advierte. Bremmer, por su parte, cree que China "tendrá más influencia individualmente en algunos países", particularmente en el sudeste asiático, el sureste de Europa y Latinoamérica, pero no llegará a reemplazar el papel tradicional de Estados Unidos. Lo que quedará, pronostica, es "una ausencia de coordinación global" y un repunte del nacionalismo, alimentado por la creciente desigualdad socioeconómica.
Además, aunque Estados Unidos "perderá influencia" en comparación con China, cree que saldrá mejor de la crisis que sus aliados en Canadá o Europa, gracias a su control de tecnologías y materias primas clave y a la relativa fortaleza del dólar. El profesor Thierry Kellner ve en la crisis de coronavirus un "acelerador” que podría favorecer que China gane "visibilidad" ante la política "aislacionista" de Trump, pero recuerda también que "el gasto militar de EE.UU. es muy superior al de China” y considera que aunque Pekín haya recortado distancias en la carrera tecnológica "no está aún al nivel estadounidense".
También el analista Butcher cree que el virus puede acelerar procesos, pero ve difícil que la pandemia vaya a invertir la tendencia geopolítica de una China en ascenso y unos Estados Unidos en declive. "Quizá esta crisis tenga un pequeño efecto ralentizador en la economía china, pero básicamente sabemos que va a ser el actor económico más importante al menos durante el próximo siglo. Creo que Europa estará en una posición obligada a seguir estrechando lazos con China y a continuar trabajando con China más y más (...). Creo que la era del liderazgo estadounidense en el mundo es más bien el pasado", concluye.
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