Las curvas del río Suchiate dibujan la línea que separa México y Guatemala: una frontera fácil de cruzar por la que pasan miles de migrantes y una multitud de personas cargadas con todo tipo de mercancías.
Estas semanas, cuando todavía no ha empezado la época de lluvias, el nivel del río está bajo. Llega a la altura de los tobillos y, en los tramos más hondos, a la de las rodillas.
El ir y venir de personas que pasan el río con su calzado en la mano es constante; algunos llevan bolsas amplias todavía por llenar, otros cargan con cajas, bultos y maletas a sus espaldas o encima de su cabeza.
Manfredo, originario de Guatemala, se pone sus deportivas después de pisar tierra mexicana, en Ciudad Hidalgo.
Originario del departamento de El Progreso, en el centro de su país, ha aprovechado que está visitando a unos familiares que viven en el norte para pasar la frontera y hacer unas compras.
"Lo que es un poco más caro, aquí lo logramos comprar más barato", como artículos de belleza y de primera necesidad, relata acompañado de su hija y su esposa.
Asegura que "compensa mucho", porque con el tipo de cambio actual, un quetzal son cerca de 2,50 pesos.
Su plan -explica- es acudir a un supermercado cercano al río. No quieren ir más lejos, porque les han contado que si la Policía los intercepta "son tres días que queda uno detenido", por no llevar la documentación para cruzar legalmente el país.
Al igual que él, Geovanni, de Ciudad de Guatemala, está en la frontera porque allí viven unos familiares, entre ellos su abuelo, que sufre dolores en las articulaciones.
"Me dijeron que aquí podía comprar un tipo de medicamento (para su abuelo) y se me ocurrió pasar de este lado, porque es más barato", argumenta.
Su familia tiene la documentación con la que podría cruzar por el puerto fronterizo que se encuentra a unos metros del lugar, pero al ser un plan improvisado, no llevan los pasaportes, por lo que cruzar el río es la única opción.
"Vengo con quetzales; no sé si me los van a recibir, supongo que sí. Si no, me tocará regresar", apunta Geovanni, quien remarca que "vale el doble el dinero de Guatemala que el de México".
En ambas orillas del río hay pequeñas tiendas en las que se venden productos como aceite, frijoles, papel de baño, desodorantes, cosméticos, galletas y yogures.
Las balsas, compuestas por tablones de madera sobre grandes neumáticos, mantienen una actividad moderada, y únicamente son utilizadas por aquellas personas que regresan de México a Guatemala llevando mercancía.
Algunos de los pasajeros, después de haber cruzado el río, señalan los sacos llenos de tierra que se acumulan en las orillas, y comentan entre ellos que fue una invención de los balseros para aumentar artificialmente el cauce del río en esa zona y usarlo en su beneficio.
Gilberto, uno de los balseros, dice que en estas fechas apenas tienen trabajo: "Ahorita pasa la gente caminando, pero hay tiempos (en los) que hay agua y ya pues solo (se puede cruzar) en balsa".
Protegido del sol -y de los casi 40 grados de temperatura- por una gorra y unos lentes oscuros, este salvadoreño narra que llegó a México hace unos diez años, y que se quedó en la frontera sur porque encontró un trabajo relacionado con la carga y descarga de mercancías.
Su jornada empieza por la mañana, y termina a las "once o doce de la noche"; el momento en el que hay más trabajo es por la tarde.
En cada balsa, indica Gilberto, caben aproximadamente una docena de personas y el peso máximo es una tonelada, aunque cuando el río está más caudaloso se le puede "echar más carga".
Aunque en la mayoría de las balsas hay pasajeros, otras van cargadas únicamente de numerosas cajas de cerveza, leche en polvo y productos de limpieza, entre otros.
Los encargados de las balsas comentan que no hay policías ni de un lado ni de otro que impidan su actividad, aunque ellos hacen registro de todos los viajes.
Los únicos agentes que llegan al lugar "son los que vienen a extorsionar a la gente, no más", concluye Gilberto.
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