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Cuando el médico dice lo que nadie quiere oír.

Christian Geir | | Los Cabos, México

Marzo, 2017

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     Durante la formación como médicos, no encontramos sujetos a aprender de nuestros maestros, libros y de forma más importante de nuestros pacientes. Siempre buscamos encontrar el diagnóstico correcto, el tratamiento más reciente, las nuevas tecnologías que nos ayuden a mejorar la salud de nuestros pacientes, sin embargo nadie nos enseña cómo decir dar las malas noticias, no hay una fórmula secreta o antídoto para eso.

 

        Quizá tener guardias en las que el dormir no era parte del plan, el trabajo extenuante al día siguiente, no se compara con el acercarse al paciente y/o familiares cuando las cosas no son favorables y decidimos dejar una parte de nosotros enterrada para mostrarnos fuertes frente a ellos, hundimos la tristeza y el desamparo en lo más profundo de nosotros para tratar de dar consuelo, apoyo y entereza.

  

        En días recientes, tuve un caso similar. Un joven de veintitantos años, con personalidad humilde y aun toques de niño, temeroso e indefenso ante el gigante de un probable diagnóstico. Recibirlo con amabilidad y aprecio no fue suficiente. Cada pregunta hecha y dirigida, añadían tintes serios. La mirada perdida al infinito de sueños rotos, reflejado en el brillo de los ojos que están a punto de derramar una lágrima. Dentro de mí, sentía que las cosas no estaban bien, que el terror emanado por esa persona en frente era real, debía ser fuerte pero no indiferente, agresivo para llegar al diagnóstico, pero suave y sutil para no herir más un alma quebrantada y en zozobra. La consulta siguió y las opciones se reducían al igual que mi esperanza. Ya en mi mente corría un diagnóstico, la exploración física lo hizo evidente y los estudios que otro galeno había solicitado lo confirmaba, ¡cáncer!.

       

        Un témpano de hielo inunda mi corazón, pero el calor del amor a mi profesión, alimentado por ese juramento hipocrático y una formación de compasión al prójimo, me hicieron sacar de lo más profundo del alma un: “todo va a estar bien, lucharemos juntos contra esto”. El pacto y compromiso creado, en ese preciso momento no deja duda de la intensidad de la profesión.

 

        Desde mi perspectiva, estudiar medicina no es muy diferente a otras carreras en cuanto a la parte teórica, son estos pactos, que no se encuentran en los libros pero que aprendemos a diario, lo que hacen brillar a este noble oficio. Por naturaleza humana, tendemos a ver siempre al herido o al enfermo, y pocos son los que voltean la mirada para aquellos que dejan todo su ser y sentimientos para absorber y aliviar al otro. Son menos los que piensan, qué es lo que pasa dentro del médico cuando dice lo que nadie quiere oír.

 


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