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Carolina tiene 37 años, ojos cafés, mirada dulce y una tenacidad que le permitió poner a salvo a su familia en México tras escapar de las garras de Barrio 18, una poderosa pandilla que opera en Centroamérica.
La familia de Carolina huyó de su natal Tegucigalpa, la capital hondureña, porque los miembros de Barrio 18 la extorsionaban desde hacía un año reclamándole un cantidad cada vez más elevada de dinero semanalmente para "vigilar su comercio".
"Empezaron pidiéndome 500 lempiras semanales (21,31 dólares), después fueron 1.000 (42,62 dólares). Además de eso teníamos un restaurante-bar y ellos llegaban a consumir, llevaban amigos y teníamos que darles (de comer y beber)", lamenta Carolina en una entrevista con Efe.
Ella y su marido trasladaron su negocio, pero a los tres meses los encontraron. "Nos sentenciaron, nos dijeron que si nos volvíamos a mover nos iban a matar a mi esposo, a mí y a un hermano mío, y que a nuestros hijos los iban a agarrar para pagar una deuda que nunca tuvimos con ellos", relata.
Carolina escapó de esa sentencia de muerte con su hija de 10 años, su hijo de 13, su otra hija de 16 que emigró embarazada junto a su yerno de 17, su hermano de 36 años y su esposo de 45, pero dejó en la capital hondureña a su hija de 19 años porque tenía un hijo de un año y era muy peligroso viajar con él.
"Ya no aguantábamos, no podíamos seguir. Uno de ellos andaba acosando a mi hija que estaba embarazada; le decía que se la iba a robar y después vería que hacía con el hijo. Eso nos alarmó demasiado y tuvimos que salir", relató con voz tenue y firme a la vez.
Explica que no podían irse a otra parte de Honduras porque no conocían a nadie fuera de Tegucigalpa y no era fácil encontrar trabajo, por lo que decidieron ir hacia el norte, a México.
Al principio no sabían qué hacer, cuenta, porque casi no tenían dinero debido a la deuda que les había generado la extorsión, y al buscar la ayuda de un traficante de personas este les quería cobrar 7.000 dólares por persona, cantidad que no podían pagar.
Fue entonces cuando Carolina empezó a informarse y contactó con la ONG Scalabrinianas: Misión con Migrantes y Refugiados (SMR), que desde Tegucigalpa le facilitó los datos necesarios para emigrar de la forma más segura hacia México, un viaje que emprendieron el 22 de diciembre pasado.
Pasaron la primera noche en un albergue de Guatemala, llegaron a México por Ciudad Hidalgo, estado de Chiapas, y entraron a la capital del país el 24 de diciembre sin subirse al lomo de La Bestia, tren que va del sur hasta la frontera con EE.UU. y en cuyo trayecto se producen incontables muertes, secuestros y violaciones de migrantes al año.
Carolina recuerda que, frente a los 49.000 dólares que les pedía el traficante, ellos gastaron menos de 21.000 lempiras (898,17 dólares) hasta Tapachula, Chiapas, y unos 7.000 pesos (374,76 dólares) para llegar hasta Ciudad de México.
Tras llegar a la capital luego de viajes en autobús y caminatas agotadoras, pidieron refugio en México el 26 de diciembre, ya que aunque su primera idea era ir a Estados Unidos, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en enero frenó temporalmente su viaje al norte.
Carolina cuenta que con los sueldos de México no puede mantener a toda su familia, pero tampoco se pueden ir sin resolver antes su solicitud de refugio, trámite que tarda de 45 días a tres meses, porque de hacerlo podrían ser detenidos y devueltos a Honduras.
Refiere que cuando inició el proceso de refugio le aseguraron que, una vez resuelto el trámite, podría traer a su otra hija a través de la reunificación familiar.
Ahora que su hija recibe amenazas cada vez más graves, las autoridades mexicanas le dijeron que al tener su hija más de 18 años (mayoría de edad en México, mientras que en Honduras es de 21), no puede traerla sino que ella debería entrar ilegalmente también y empezar otro proceso de refugio.
Carolina ahora vive con su familia en un albergue de SMR en Ciudad de México que acoge a un total de 45 personas de diferentes nacionalidades, sobre todo de Centroamérica y África, que esperan la resolución de su petición de refugio o que han sufrido abusos durante su travesía.
Con un aumento de 154,6 % de las peticiones de refugio en 2016, México consolida su paso de país de tránsito a país de acogida, una tendencia que previsiblemente se mantendrá y reforzará por las políticas migratorias de Trump.
El país pasó de recibir 3.424 solicitantes en 2015 a 8.781 en 2016, de acuerdo con las cifras de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados. La mayoría de estas peticiones (86,6 %) provienen de Honduras y El Salvador.
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