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Entre octubre de 2017 y fines de 2019, catorce países latinoamericanos habrán pasado por las urnas. El resultado de estas elecciones no sólo tendrá consecuencias para la gobernabilidad de cada uno de ellos, sino también redefinirá el perfil político de toda la región.
Simultáneamente se observa que la América Latina de hoy ya no es igual a la de ayer. Se ha debilitado la incidencia de las unanimidades de años anteriores, consecuencia de los proyectos hegemónicos de amp-adpiración bolivariana, solo posible en tiempos de Chávez y de la máxima expansión del ALBA, lo que también influye en la dinámica electoral.
Una constante presente en la totalidad de las elecciones es la incertidumbre. Como señaló Immanuel Kant: "la inteligencia del individuo (se mide) por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar". De ahí que ante el elevado número de citas electorales pendientes, 12 en los próximos 24 meses, los latinoamericanos deberán gestionarla en grandes dosis.
A fines de 2017 se votó en Chile y Honduras y a comienzos de febrero tuvo lugar la primera vuelta en Costa Rica. En contra de lo que inicialmente se pensaba, en estos tres casos se dieron situaciones inesperadas.
En 2018 habrá elecciones presidenciales en Costa Rica (pendiente la segunda vuelta), Paraguay, Colombia, México, Brasil y, eventualmente, Venezuela. Incluso cambiará el presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros en Cuba. Según anunció Raúl Castro, en abril dejará su cargo al vicepresidente Miguel Díaz-Canel.
En 2019 El Salvador, Panamá, Guatemala, Uruguay, Argentina y Bolivia pasarán por las urnas. La lejanía de muchos de estos procesos añade nuevas indefiniciones que deben ser consideradas, comenzando por la identidad de los vencedores, pero también por el nombre de los candidatos.
Habrá igualmente otras cuestiones decisivas para el desenlace electoral. La posibilidad de que los presidentes puedan ser reelectos o que se produzca algún tipo de alternancia; la existencia o no de segunda vuelta; la cohabitación de presidentes débiles y parlamentos fragmentados; la persistencia de gobiernos populistas, bien sean bolivarianos o escorados más a la derecha; o el peso de las iglesias evangélicas y de las agendas valóricas. A todo esto se agregar el hecho de que no siempre contamos con encuestas que reflejen de forma aproximada las preferencias políticas de los ciudadanos.
Países como Colombia, Brasil, México y Argentina, las cuatro mayores economías de la región, elegirán presidente en los próximos dos años. La participación de Lula en las elecciones brasileñas y un eventual triunfo de Andrés Manuel López Obrador en México son dos de las incógnitas a despejar. Otra es la continuidad, por un cuarto mandato consecutivo, de Evo Morales, pese a que de momento ya sabemos que Rafael Correa no podrás aspirar a una nueva reelección. Por eso, si se quiere amp-adistir en la idea de un cambio de ciclo político habrá que conocer previamente los resultados, entre otros, de Uruguay y El Salvador, gobernados por distintas opciones de izquierda.
¿En qué contexto tendrá lugar este intenso ciclo, al que algunos han denominado con cierto acierto "maratón electoral? Para comenzar, habría que decir que se produce en un momento de claro retroceso democrático, como demuestran de forma recurrente las últimas ediciones del Latinobarómetro y otras encuestas de ámbito regional.
Allí donde el voto no es obligatorio el fenómeno se expresa con una alta abstención. Este retroceso se ha visto acompañado de una mayor desafección con la democracia, sus amp-adtituciones, los partidos políticos y sus dirigentes. Según el Barómetro de las Américas, la encuesta LAPOP, el apoyo a la democracia en América Latina pasó del 69 % en 2012 al 57,8 % en 2017, un descenso de más de 10 puntos en tan solo seis años.
Si bien el desprestigio de los partidos políticos no es un fenómeno exclusivo de América Latina, sí tiene una incidencia clara en la coyuntura política regional. El desarrollo de noticias falsas y la post verdad, el impacto de las redes sociales o incluso una posible injerencia de algún poder extranjero están cada vez más presentes en la región, la misma que a mediados del siglo XX inventó el populismo, al menos según sus características actuales.
Las opiniones públicas latinoamericanas le otorgan una importancia creciente a la violencia y la corrupción. La primera afecta la vida cotidiana de numerosos ciudadanos. La segunda influye en su límite de tolerancia sobre ciertas prácticas delictivas y afecta negativamente a la imagen de políticos y gobernantes.
Si bien la aceptación de la corrupción ha solido ser muy laxa, la percepción social de ciertos fenómenos recientes, como las consecuencias de la operación Lava Jato en Brasil o las repercusiones regionales del caso Odebrecht han bajado considerablemente el listón de lo admisible, como se ha visto en Chile y en otros países. Por eso habrá que ver cómo repercutirá en las próximas elecciones. En 2017 la corrupción le ha costado el cargo a los vicepresidentes de Ecuador y Uruguay.
Los próximos comicios se van a desarrollar en una coyuntura económica particular, marcada por el fin del súper ciclo de las materias primas, que permitió inyectar ingentes cantidades de dinero a los gobiernos latinoamericanos. Al margen de su color político o ideológico, la nueva realidad ha pasado factura a la popularidad de presidentes y otros líderes políticos.
La llegada de menores recursos afectó la financiación de una amplia gama de políticas públicas, subsidios y prácticas clientelistas. Ahora bien, la recuperación del precio de algunos productos básicos, como los alimentos, el petróleo o el cobre, ha permitido pasar de los números rojos de 2015 y 2016 al 1,2 % de crecimiento del PIB regional en 2017 y a una estimación del 2,2 % para 2018.
Esta recuperación influirá sobre la coyuntura política, pero todavía no sabemos exactamente de qué forma lo hará, ni si los gobiernos en ejercicio tendrán tiempo de recuperar sus ratios de aprobación previos a la crisis o si seguirán sufriendo el castigo popular. De momento, triunfaron algunas opciones de derecha o centro derecha, como Mauricio Macri (Argentina, 2015), Pedro Pablo Kuczynski (Perú, 2016) o Sebastián Piñera (Chile, 2017).
Estos resultados no bastan para hablar de un nuevo ciclo político o de un giro a la derecha. Solo a fines de 2019, cuando se haya alcanzado la meta de esta "maratón" electoral, estaremos en condiciones de saber el rumbo que definitivamente haya decidido seguir la región o si, por el contrario, sus ciudadanos optaron por apoyar las opciones más favorables al mantenimiento de la indefinición actual, asentada en buena medida en la fragmentación existente.
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