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Sin importar si se profesa o no la fe cristiana (o cualquier fe, en todo caso) es esencial la lectura del ensayo “The River of Fire”, escrito por el teólogo ortodoxo Alexandre Kalomiros, quien propone una de las críticas más feroces contra el catolicismo y el protestantismo que dominan entre las cristiandades en ambos lados del Océano Atlántico.
“En lo más profundo del alma occidental”, explica Kalomiros, la justicia divina es concebida como una vendetta. Dios es un juez y lleva cuenta de todas las ofensas de los pecadores “por más pequeñas que sean”.
Para Kalomiros, la justicia divina de “los occidentales” no es más que una proyección de la imperfecta justicia humana. Esta visión “jurídica” del Dios que “da su merecido” a quienes “hacen el mal” es una verdadera aberración y se deriva probablemente de una traducción errónea de las Sagradas Escrituras.
Dios no es justo (al menos no en el sentido humano de la palabra), asegura Kalomiros. Dios siempre da sin pedir nada a cambio. El verdadero significado de su “justicia” significa amar a todos por igual. Dios otorga su gracia incluso a las personas que no son dignas de recibirla. Él ama de la manera más injusta posible.
Tradición Sagrada
Vikingo (2016) es una película rusa dirigida por Andrei Kravchuk y llegó por fin a las salas mexicanas en 2018. Está amp-adpirada en la vida del príncipe Vladimir el Grande, el líder que convirtió a los rusos al cristianismo ortodoxo. Sin embargo, debo aclarar que no se trata de una “película religiosa”, o al menos no en el sentido estricto. El tema de la cristiandad en Vikingo se cuela dentro de la trama de una forma tan sorpresiva como la visión de Kalomiros.
Entre cada terrible batalla, cada traición y muerte innecesaria, se construye una historia de fe lo suficientemente violenta (e incluso sexual) para confundir a quienes esperen una cinta cristiana. Aunque me temo que lo mismo sucederá para quienes busquen exclusivamente una película de batallas medievales.
Dicho lo anterior, Vikingo es una propuesta vigorosa y visualmente hermosa. Las comparaciones con las serie de Juego de Tronos serán inevitables para gran parte de la crítica cinematográfica que se ocupe de esta película. Pero dejaré la “crítica comparativa” de lado en este análisis para explorar, como siempre, el aspecto propagandístico e ideológico de la cinta.
Es evidente el paralelo entre la trama de la película y la historia reciente de Rusia. Durante la Guerra Fría, el comunismo ruso (despiadado y pagano) causó muchos crímenes e injusticias. Pero ahora se reencuentra con la fe ortodoxa y se concibe a sí misma como una nación protectora de los valores tradicionales. El propio presidente ruso Vladimir Putin inauguró un monumento para recordar a las víctimas del estalinismo en 2017, el mismo año en el que se cumplía el centenario del inicio de la Revolución Bolchevique.
Paradójicamente, muchos propagandistas en occidente acusan a Putin de intentar reconstruir el modelo de la extinta Unión Soviética. En parte por ignorancia, en parte porque es fácil. Y Hollywood no ha sido la excepción. Cuando la reciente película Red Sparrow (2018) nos trajo una imagen de la Rusia actual como la continuidad de esa “frialdad soviética” a la que no le importa utilizar como objetos a las mujeres para obligarlas a “actuar” como carnada sexual que satisfaga las necesidades de un estatismo comunista; no pude evitar pensar en la ironía: faltaría una cinta donde la protagonista esté amp-adpirada en alguna de las víctimas sexuales del productor Harvey Weamp-adtein, sometidas y utilizadas para satisfacer las necesidades del libre mercado.
La Tercera Roma
Aún así, es innegable la persistencia de elementos soviéticos en la Rusia actual: el desfile anual para conmemorar la Gran Guerra Patria es el más obvio. Pero en realidad el modelo para Rusia que busca Putin está siendo definido por la situación geopolítica (Rusia arrinconada por la OTAN en Europa oriental y amenazada por el extremismo islámico en Asia Central) y sobre todo por la complicada demografía del país (la baja tasa de natalidad). Estos factores, junto a la necesidad de la restauración del orgullo nacional luego de la fatídica década de 1990, da como resultado una expresión político-religiosa que podría calificarse como el resurgimiento de aquella civilización euroasiática prerrevolucionaria y predominantemente ortodoxa.
Pero así como la Rusia actual resguarda elementos de la etapa soviética, los orígenes paganos y centro-asiáticos están presentes también y bien representados en la película. Curiosamente, el concejo ínter-religioso ruso en la actualidad incluye tanto budistas como musulmanes.
Aunque oficialmente no hay una ideología de estado, según Pew Research Center, de 1991 a 2015, el porcentaje de rusos que se definen como ortodoxos ha crecido del 37% a 71%, en parte gracias a la alianza descarada entre el presidente Putin y el Patriarca Kirill, actual cabeza de la Iglesia ortodoxa rusa.
Mientras el catolicismo disminuye en Europa, los analistas internacionales más avispados ya se han percatado: Putin no es el nuevo líder comunista de Rusia, es el nuevo Zar.
En Vikingo, el príncipe Vladimir se acerca a los “romanos" (lo que queda del Imperio, los bizantinos del siglo X) quienes le ofrecen oro, refuerzos y una nueva religión. La palabra “Zar” que proviene del latín “Caesar”, sería el mote que durante siglos usaría el monarca de una civilización que se sentía heredera del Imperio Romano de Oriente, el Imperio Bizantino.
Llama la atención que en pleno 2018, las ruinas de Palmira, la antigua ciudad romana conocida como “la perla del desierto”, localizada en el actual territorio de Siria, fue finalmente rescatada de la destrucción terrorista con el apoyo de las fuerzas armadas rusas.
En la excelente escena de la confesión previa al bautismo del pueblo rus(o), el príncipe Vladimir, interpretado por Danila Kozlovsky, llora por el derramamiento de sangre que él mismo ha provocado. Son las lágrimas de un arrepentimiento dolorosamente sincero, pero son las lágrimas también de un asesino, un vikingo. ¿Merece un hombre así ser perdonado? ¿Merece convertirse en un Santo? ¿Merece su lugar la ortodoxia del Zar Vladimir?
Bueno, como alguien que nunca fue bautizado y creció sin profesar ningún credo, propongo una respuesta conservadora: por supuesto que sí. Para mí, lo más cercano a lo sagrado se parece a las ruinas de cualquier tradición. Y espero de verdad algún día poder conocer la ciudad romana de Palmira, antes de que sufra el mismo destino de otras reliquias perdidas, el de la justicia divina occidental.
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