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El sonido, el que las criaturas emiten en la nueva y excelente película de John Krasamp-adki: A quite Place (2018) o “Un lugar tranquilo”, me resultó demasiado similar al constante chasquido bucal del Depredador, el icónico monstruo de la saga que inició con la película Predator (1987).
Dicho lo anterior, la silenciosa cinta dirigida por Krasamp-adki es muy distinta, quizá también mucho más recomendable. Con los firmes cimientos de un excelente guión escrito por el director, por Bryan Woods y por Scott Beck; una dirección eficiente, una edición poderosa y precisa; pero sobre todo un reparto de actores que se entregan completos (como debe ser), Un lugar tranquilo le entrega al amante del horror una experiencia emotiva y fascinante entre cada sobresalto.
El mundo ha sido invadido inexplicablemente por seres que destruyen a todo ser vivo que produzca sonido y una familia norteamericana (una de las últimas) tendrá que arreglárselas para sobrevivir (literalmente luchar por sus vidas pero sobrevivir también como estructura familiar) cuando la muerte de uno de sus hijos (el más pequeño e inocente) arranca la trama.
Una cinta más para la gran colección global del último lustro (quizá la década competa) que transcurre con cintas “pequeñas” de terror excepcionales. Por ejemplo la australiana The Babadook (2014), la norteamericana The Witch (2015), la surcoreana The Wailing (2016), o la mexicana Vuelven (2017), entre muchas otras que haría falta enumerar con nombre y año porque curiosamente están emparentadas con Un Lugar tranquilo; atravesadas todas por uno de los miedos más reales e íntimos, un miedo derivado de la amenazante desaparición de la familia tradicional y el surgimiento de un nuevo modelo que apenas parece responder ante las respectivas crisis nacionales y/o culturales.
Si estas leyendo estas palabras sin haber visto la cinta, detente. “Spoilers” a continuación.
Los cazadores de hombres
A diferencia de la solitaria invasión alienígena del ochentero Predator, que es como la mayoría de las intervenciones extraterrestres en décadas pasadas (con seres pensantes, armados y bien preparados que irremediablemente son derrotados por la supremacía bélica estadounidense y sirven de alguna forma como alegoría del intervencionismo militar que la potencia mundial teme recibir en reciprocidad); los monstruos, que actúan por amp-adtinto y no por órdenes, aunque ataquen en grupo (y esto incluye a los zombis), son un caso más complicado.
En una gloriosa escena de Inglourious Basterds (2009), Quentin Tarantino decodificaría el significado secreto del clásico inmortal: King Kong (1933), surgido de la culpa colectiva que los americanos sienten por su monstruosa historia con la esclavitud (“traído desde África en contra de su voluntad, encadenado para ser explotado”). Es así que los grandes monstruos o más bien cada gran película de horror lidia con metáforas de la realidad, menos o más sutiles según sea el caso.
Cuando se trata de Un Lugar Tranquilo, las lecturas políticas no han tardado en aparecer en la prensa norteamericana, el miedo a “levantar la voz” en este clima político es una metáfora sencilla pero convincente bien esgrimida por algunos críticos de cine.
Si este es el caso, a mí parecer lo que se está callando, dentro del contexto real de la cinta estadounidense, es más espinoso para analizar y tiene que ver con tres temas que se subsumen en el ámbito familiar de la trama: (1) la mortandad infantil y (2) las mujeres como la nueva cabeza familiar, debido a (3) la crisis de la “orfandad paterna” (fatherless crisis) que parece arrasar (no solo) en Estados Unidos.
Una investigación reciente a cargo del Dr. Ashish Thakrar y publicada en la revista científica Health Affairs, reveló un dato aterrador. En la actualidad los bebés estadounidenses tienen 76% más de probabilidad de fallecer durante su primer año de vida que otros niños nacidos en países “ricos y democráticos”. La situación no mejora demasiado para los niños y adolescentes, con un sistema de salud precario y la crisis de asesinatos por armas de fuego en EU.
Las secuencias de la madre en Un Lugar Tranquilo, muy bien interpretada por Emily Blunt, entregan al espectador pinceladas del terrible duelo materno tras la muerte del hijo más pequeño, que va de la tristeza al terror, cuando para proteger a su recién nacido hace falta que la propia madre coloque una máscara de oxígeno al bebé, para luego ocultarlo de los monstruos acallando su llanto dentro de una pequeña caja sellada, un ataúd prácticamente.
“Es un niño”, afirma Blunt ya que el peligro parece alejarse luego de dar a luz. Su esposo en la ficción y en la vida real, Krasamp-adki, se sacrificará para que todos sus hijos sobrevivan, en una ilusión tan bella como deseable (wishful thinking), cuando Estados Unidos (y repito: no solo EU) parece enfrentar una “epidemia” de ausencia de la figura paterna.
Actualmente el 33% de los niños norteamericanos viven sin la presencia de su padre biológico, según las últimas cifras del propio censo estadounidense. Pero ya desde 1995 (cuando las cifras rondaban el 22%) el egresado de Harvard, David Blankenhorn, presentaba en su polémico libro “Fatherless America”, la idea de que “Estados Unidos se está convirtiendo rápidamente en una sociedad sin padres”. Y además que esta es “la razón principal de la disminución del bienestar infantil”, impulsando incluso situaciones como “el crimen, la violencia doméstica y el embarazo adolescente”.
La madre y la hija
Estas posturas, evidentemente conservadoras que buscan el rescate de la familia tradicional, siguen siendo tan debatidas como problemáticas para la “izquierda”; y se complican aún más con el aparente aumento del “bullying” y su posible relación con las ideas de masculinidad tóxica (esta idea es a su vez problemáticas para la “derecha”) mientras aumenta la innegable “crisis parental” (¿O más bien patriarcal?).
Blunt le explica su hijo varón en lenguaje de señas: “debes aprender de tu padre para que sepas cuidarte” (hay que defenderse de los monstruos, claro está), “y cuidarme a mí cuando sea vieja”. La película parece hacer eco de los valores tradicionales. Pero la doble vuelta de tuerca aparece en un final extremadamente bien ejecutado.
La rebelde hija adolescente (interpretada por Millicent Simmonds), que necesita de un aparato auditivo para poder escuchar y cuyo conflicto interno es central en la trama, siendo su sentimentalismo (¿Casi maternal?) el que causó accidentalmente la muerte de su hermano menor; tiene la clave para destruir a las bestias invasoras.
Es el sonido, el de una frecuencia en particular que casualmente es provocada por el siempre deficiente aparato auditivo. El aparto casero es además el penúltimo regalo de un padre a su hija.
La (hiper)masculinidad que cintas como Predator planteaban hace décadas como necesaria para derrotar “al monstruo” no tiene cabida en esta cinta (aunque la conservadora taquilla parece contradecir esta idea con cada película de Dwayne Johnson). El mensaje es sigiloso pero rotundo como una escopeta que corta cartucho: es tiempo de que las mujeres más audaces se hagan cargo.
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