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En el ensayo “Nipon ExMachina”, el académico de la Universidad de Kobe en Japón, Marco Pellitter, decodifica uno de los elementos clave de la saga de Mazinger Z.
En el origen de la serie se revela que los enemigos del icónico robot (Mecha, para los iniciados) surgen de la mitología occidental. Las bestias mecánicas a vencer, desenterradas por el malvado Dr. Hell en una excavación arqueológica en el Mediterraneo, provienen de una antigua y misteriosa (pero extremadamente avanzada) civilización griega: el Imperio de Mikenes (o Micenas).
Parecería entonces que “Japón lucha contra una alegoría de Occidente”, explica Pellitter, quien dedica su trabajo a analizar como es que los fantasmas de la posguerra y la ocupación norteamericana en la isla nipona alimentaron las tramas del manga y el anime.
Tan solo hace unos días, Isao Takahata, cofundador de los estudios Ghibli, falleció a los 82 años. Su película más recordada y quizá una de las joyas más excepcionales del anime, “La tumba de las luciérnagas” (1988), relata unas de las historias más hermosas y al mismo tiempo descarnadas sobre la Segunda Guerra Mundial.
Las dramáticas escenas que abordan la vida de dos hermanos huérfanos tratando de sobrevivir mientras su ciudad es constantemente bombardeada por el ejército de los Estados Unidos, incluyen la traumatizante escena de la muerte de la madre, vendada de pies a cabeza, llena de sangre y con las partes visibles del cuerpo carbonizadas.
La animación japonesa es capaz de mostrar por igual pesadillas tan reales como las que vivieron los civiles nipones durante Segunda Guerra Mundial, pero también mundos fantásticos amp-adpirados en su gran tradición cultural, hermosamente imposibles como El viaje de Chihiro (2001); cinta que ya le ha dado la vuelta al mundo ayudando a consolidar la reputación del anime como forma de arte. Pero también es posible encontrar ciencia ficción de vanguardia como Akira (1988) y Ghost in The Shell (1995), que Hollywood ha “reimaginado” sin vergüenza en múltiples ocasiones; dramas románticos; cine de acción y aventuras; cine de terror, suspenso y hasta pornografía, así como cualquier combinación entre dichos géneros.
Si Pellitter tiene razón, en 2018; mientras Mazinger Z: Infinity llega a las salas mexicanas, ahora Japón, convertido en un gigante del poder blando (soft power) con una industria de animación que ha cruzado prácticamente todas las fronteras, parece luchar contra sí mismo. Y el mundo entero está mirando.
La invasión nipona
Recientemente, Netflix aunució que prepara 30 producciones originales de anime y aunque el anuncio se dio en el país que dio origen a esta forma de expresión narrativa; las repercusiones serán globales. De acuerdo a la propia empresa, solo el 10% de las personas que ven anime a través de la plataforma viven en Japón. El otro 90% está repartido en todo el mundo, con países tan lejanos y distintos a la cultura nipona como Chile, Sudán, Francia y México encabezando la lista mundial de “comunidades otaku”. En otras palabras, después del cine norteamericano “hollywoodense”, la animación japonesa se ha convertido en el otro formato audiovisual verdaderamente global.
En cierta medida, la primera entrega animada de Mazinger Z, estrenada en 1972, ayudó a comenzarlo todo. La serie resultó un éxito en varios paises durante décadas posteriores, marcando el inicio en forma el subgenero “Mecha” (robots de combate piloteados) dentro de la animación japonesa, e amp-adpirando películas como Pacific Rim.
Particularmente, durante la década de 1990, series de acción como Dragon Ball (dotada de una violencia espectacular) y los dramas juveniles y fantasiosos como Ranma ½ y Sailor Moon (con personajes abiertamente homosexuales) llegarían a México para causar tanta fascinación como polémica mientras el gusto por el anime de una generación entera en nuestro país se consolidaba.
Para aquellos que no alcancen a comprender el gusto por las ”caricaturas japonesas”, la explicación es sencilla: la gran carga emocional que conllevan los personajes de estas series y películas es de tal complejidad, nivel y calidad que a otras industrias de animación en el mundo parecen amp-aduficientes (algunas incluso han sido acusadas de plagiar anime).
Mazinger Z, una serie mucho más inofensiva pero no menos intensa, es un verdadero clásico.
Quienes crecieron con las retransmisiones televisivas que comenzaron desde finales de los 80´s en México, quedaron en verdadero shock cuando en el capítulo final Mazinger es destruido. Y por supuesto, quienes añoran la serie de su infancia, quedarán más que satisfechos con “Infinity”, estrenada en Japón el año pasado con motivo del 45 aniversario.
Con una trama simple y desenfadada, Mazinger Z: Infinity no se molesta con pretenciosos tratamientos “adultos” o “realistas” del viejo concepto. Es nostalgia pura. Sin embargo, para el espectador casual puede resultar extraño y desconcertante. Los combates entre robots gigantes se mezclan (como solo en el anime pueden hacerlo) con temas ecológicos y terapia de pareja.
Debo admitir que me sorprendió (no sé si para bien) ver a los jóvenes héroes que conocí hace años, atrapados ahora en la encrucijada de las “decisiones adultas”: Koji Kabuto, el impulsivo y arrogante (pero siempre heroico) protagonista se ha convertido en un serio “científico” que debe decidir si (por fin) comprometerse o no con Sayaka (su eterno interés romántico). Pero antes de sentar cabeza, la reaparición del villano clásico, el Dr. Hell; le dará a Koji otra oportunidad de pilotear el Gran Mazinger para dejar fluir los puños voladores una última vez.
Infinity parece sobre todo una despedida, la última gran pelea para revivir la infancia.
Según la ficticia cronología, han pasado 10 años desde la gran y apocalíptica batalla que finalizó la serie clásica con la destrucción del héroe japones, el Mazinger original. Llama la atención que parte de la trama donde se decide el destino de la humanidad (que observa atenta los combates por la televisión), es en esta ocasión el petrolero Estado de Texas en Estados Unidos. Los papeles se han invertido cuando Japón ahora es una potencia mundial económica y cultural que poco tiene que ver con la nación destrozada por la guerra (la real y la ficticia).
Durante los últimos años, el gobierno japonés ha debatido si es momento de cambiar su constitución pacifista y reorganizar sus fuerzas militares diseñadas exclusivamente para responder a desastres naturales. En 2016, el primer ministro Shinzo Abe, impulsó una polémica reforma que permitirá desplegar tropas niponas en el extranjero por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. En Mazinger Z: Infinitty, donde los personajes hacen énfasis en impulsar el “uso pacífico” de la “energía fotónica” que alimenta toda la tecnología japonesa, se plantea una pregunta clave cuando un nuevo y misterioso mecha aparece en el Monte Fuji, el Infinity: ¿Dios o Demonio?
Están hablando de Japón, por supuesto, que debe decidir entre la sombra de su pasado imperialista y la necesidad de encontrar un lugar en este convulso siglo XXI. Azotados por una crisis demográfica que parece inminente (la natalidad y la familia también son temas en esta cinta) y con retos regionales inmensos (como las dos coreas o la competencia económica con China); Japón lucha por encontrar su propio futuro, como muchas otras naciones (incluida México): a veces en contra y/o con ayuda de su propio pasado.
Concluyo no sin antes felicitar a los organizadores del Konnichiwa Fest 2018 que desde hace unos años nos permiten ver anime y cine japonés en la gran pantalla de las salas mexicanas. Ellos han entendido que la admirable cultura nipona continuará creando entretenimiento audiovisual incomparable y que el mundo entero quiere verlo.
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