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El vampiro, al igual que el zombi, funciona básicamente como una metáfora xenofóbica del extranjero invadiendo la tierra nativa, siempre en la búsqueda de objetivos perversos.
El éxito y el impacto del clásico personaje de Drácula, consolidado en la novela epistolar publicada en 1897 por el genial autor británico Bram Stoker, fue más o menos paralelo a un fenómeno migratorio en la Inglaterra Victoriana: una oleada de extranjeros provenientes de diversas regiones de Europa del Este, de lugares como la misma Transilvania, localidad real de la actual Rumanía.
Para crear a su icónico monstruo, Stoker usaría conscientemente dichos elementos de la realidad, incluyendo la biografía del misterioso rumano Vlad el Empalador, así como otros rasgos de las múltiples mitologías europeas que narran la existencia de seres oscuros que viven de la sangre humana.
Desde entonces, el acto del vampirismo sugiere siempre alguna especie de tensión sexual. Este vampiro “extranjero” (o vampiresa, como en el cuento Carmilla de Sheridan Le Fanu, romántica historia predecesora e influyente para la obra de Stoker) es un depredador que acecha a las mujeres occidentales. Una metáfora del miedo prejuicioso contra los inmigrantes: perversos extranjeros en busca de hembras para reproducirse, transformándolas (o contagiándolas) en vampiros.
No es casualidad que haya sido el gran actor Bela Lugosi, un italoamericano, el que interpretara al vampiro en la clásica Drácula (1931). Italia sufrió un éxodo masivo luego de la caída del Reino de las Dos Sicilias en 1861, disparando la migración hacía Estados Unidos desde la península y las islas italianas durante años y hasta las primeras décadas del Siglo XX.
Pero los tiempos han cambiado mucho y es evidente que desde Entrevista con el Vampiro (1994) a la fecha, Norteamérica parece añorar el exotismo del “migrante europeo”. El ejemplo más descarado es la saga basada en las novelas de Crepúsculo, donde el vampiro se ha vuelto una simple fantasía sexual, privado de casi todos sus elementos terroríficos.
Gracias a los tratados de “libre” comercio en Latinoamérica, impulsados por Estados Unidos en su etapa neoliberal, para finales del siglo XX y principios del XXI, la mayoría de los migrantes que arribaron a Norteamérica ya no provenían de la Europa Oriental o Mediterránea. Las nuevas oleadas migratorias tienen sus países de origen al sur de la frontera estadounidense, expulsados por el abandono de la agricultura en sus respectivos países. Por ejemplo los cultivos de arroz en cierta isla del Caribe, donde otra mitología distinta ha dado origen a uno de los monstruos hollywoodenses más populares a la fecha.
Los no muertos
Los zombis, cuya génesis puede rastrearse a las macabras historias de la esclavitud en Haití y la magia vudú, representan entonces el miedo al extranjero desposeído, violento e irracional, que se mueve en hordas y está dispuesto a destruir la comunidad “nativa” o natural (o simplemente humana) estable y prospera. Es así que en el caso de las series como The Walking Dead, un sheriff y un vaquero en motocicleta se convierten en los héroes que deben proteger a dichas comunidades, una metáfora nativista (nada sutil) que permite fantasear con los impulsos violentos del sur norteamericano, necesarios para la supervivencia de la comunidad “original” amenazada por los extranjeros salvajes, una fantasía que mal dibujada puede causar polémicas racistas como el caso de Resident Evil 5, entrega de la popular saga de entretenidos videojuegos (y aburridas películas) de zombis.
Pero la ficción siempre es maleable; los símbolos, ambiguos y las reglas existen para romperse. La genial cinta española Rec (2007) replantea el origen zombi con una pincelada de genialidad, colocando a la mitología católica como fuente central de la epidemia (¡Sí! Las populares “marchas zombis” prueban que la horda somos todos nosotros: los pueblos desposeídos del Caribe, el Sur global, los latinoamericanos, los europeos del mediterráneo o del oriente que continúan migrando por la inequidad de la relación geopolítica entre el Norte y el Sur).
Isla Zombi
La parodia cubana Juan De los Muertos (2011) también hace suyo el terror a lo extranjero pero lo reimagina con tintes políticos: los protagonistas, confundidos con la invasión, se refieren a la muchedumbre zombi usando la palabra “disidentes”, el mote que el gobierno cubano ha utilizado para calificar a los “opositores” que se prestan al sabotaje y el golpismo al interior de la isla, amp-adtigados casi siempre por Estados Unidos.
La película refleja el miedo que la propia sociedad cubana enfrenta con los cambios que implica la llegada del gran capital y las dosis crecientes del libre mercado.
Como si se tratara de su propia epidemia zombi, Cuba, el único país de América Latina libre de desnutrición infantil, padece desde hace unos años el surgimiento de la obesidad en su población, un fenómeno inesperado pero paralelo a la explosión de cafeterías y puestos de comida rápida que han permitido a los cubanos encontrar frituras y dulces por primera vez en las ciudades de la isla.
Basta recordar que el Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLC-AN o NAFTA por sus siglas en inglés) ha provocado también una epidemia de sobrepeso en México, hogar del hombre más obeso del mundo y el único país que supera los índices de obesidad norteamericanos. De igual modo, la reforma energética impulsada también por Estados Unidos en México al menos desde 2015, amenaza con traer la terrorífica práctica del fracking o fractura hidráulica, necesaria para extraer el gas esquisto abundante en el norte de nuestro país.
Zombi Blanco (1932)
“Han traído enfermedad a esta tierra, ustedes enfermarán también”, explica el “Hombre Sabio”, un aborigen australiano que lidera una comunidad multiétinca de sobrevivientes en la película Cargo (2017), disponible en Netflix, una bocanada de aire fresco para el desgastado subgénero zombi.
En la cinta se amp-adinúa que ha sido precisamente la tecnología del “hombre blanco”, el fracking y el inevitable desastre ambiental lo que provocó la infección.
Thoomi, una niña aborigen interpretada por Simone Landers, mantiene vivo y amordazado a su propio padre zombificado, con la esperanza de “curarlo”; mientras otros miembros de su comunidad cazan zombis con lanzas y persiguiéndolos a pié, una revancha histórica que ha tardado demasiado. Al mismo tiempo, una pareja de australianos blancos (“Gubbas”, explica Thoomi) conformada por Andy y Kay, interpretados por Martin Freeman y Susie Porter, tratan de proteger a su hija pequeña.
Los paisajes de Australia, bellamente retratados en la cinta, son los paisajes de una nación azotada por sus propios demonios, la herencia del colonialismo inglés que masacró y reprimió a los aborígenes, lenguas nativas amenazadas, la explotación y discriminación racial que persiste.
En una de las escenas más terribles, cuando el destino de Andy y Thoomi se cruzan, descubrimos que los verdaderos monstruos son los seres humanos (elemento básico de las mejores películas de zombis): Vic, interpretado por Anthony Hayes, un ser detestable y ambicioso captura y enjaula a los aborígenes para usarlos como carnada y así eliminar a los incansables zombis.
El excelente guión y dirección de Cargo, bajo la firma de Ben Howling y Yolanda Ramke, plantean un apocalipsis que ya nos pasó de largo. El gobierno prefirió repartir equipos de eutanasia para evitar la propagación de la epidemia; Andy será valiente y fuerte por el bien de su familia pero la desesperación lo tentará rumbo al suicidio cuando finalmente crea haber encontrado un nuevo hogar para su pequeña hija, incluso si dicho hogar existe bajo la protección del sociópata Vic, que solo piensa en apoderarse de los recursos energéticos y así enriquecerse cuando las cosas “vuelvan a la normalidad”.
Atrincherarse, matar, robar, destruir, someter y explotar es lo más eficiente si se quiere salir adelante durante una invasión zombi (o una invasión y/o colonización extranjera).
Comprender y ayudar al otro, al “enemigo”, al migrante, al “irracioanl”, al extraño que habla otro idioma pero que quizás tiene el mismo miedo que tú, es siempre el camino más difícil. Habrá que imitar el valor de los protagonistas de Cargo, que sin importar raza, sexo o lengua materna, se unen finalmente para proteger la vida de los más inocentes ante la inminente catástrofe “zombi”.
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